Hace ya, quien lo diría, dos años
que conocí a una familia maravillosa. Una familia cuyos cinco miembros
originarios tienen un corazón tan grande, que no me explico cómo les puede
coger en el pecho.
Esta familia un día se reunió en
torno a su mesa y decidieron, entre todos, hacerse Familia de Acogida. Desde
entonces han pasado por ese maravilloso hogar, por sus esplendidas manos y
refugiado en su inmenso corazón 9 niños; niños que por diferentes causas no
estaban recibiendo el cariño y amor suficientes y que en esta casa lo revieron
por centuplicado.
De los 9 niños, una criaturita
maravillosa llamada Sheila, dados los problemas de salud que padecía y el
incierto futuro que le esperaba, no encontraba una familia que la quisiera
acoger de forma definitiva. ¿Y qué creéis que pasó?, pues que le abrieron sus
puertas de forma definitiva. No importaba las previsibles múltiples operaciones
a las que tendría que ser sometida, las dificultades de salud y el futuro
incierto. Para ellos solo importa que necesita amor y ellos lo tienen a
raudales, para ellos es su niña, su Sheila, un bichito maravilloso que corretea
por toda la casa, que los llena de luz y que les devuelve el amor que recibe multiplicado
por mil.
Ahora son seis los corazones
maravillosos que componen esa familia y que siguen acogiendo a más niños
necesitados de amor. Con una entrega absoluta, con una generosidad inmensa y
con un sacrificio emocional admirable a la hora de despedirse de esas
criaturitas, cuando encuentran por fin un nuevo hogar donde ser recibidos para
tener un futuro de esperanza, una vida digna.
Pero esta maravillosa familia no
solo me ha abierto las puertas de su corazón, sino que además me ha permitido
conocer a la Asociación AFANIES, donde se aglutinan una serie de padres y niños
maravillosos que viven un día a día diferente a lo que entendemos por normal.
Gracias a mi relación con ellos a
través de las terapias Reiki y Psico-neuro- emocionales, que tengo el placer de
impartirles, nos invitaron a Pilar (mi
esposa) y a mí, a compartir con ellos la semana pasada, un viaje de cinco días.
No sé si tendré palabras y seré
capaz de expresar la infinidad de emociones, experiencias y sentimientos que
hemos experimentado. Ha sido increíble, jamás pude imaginar que estas familias
pudiesen vivir la vida con tanta intensidad, con tanta abnegación, con tanto
amor. No se puede contar, ni describir, hay que vivirlo.
Cuando convives con ellos cinco
días, te da tiempo a descubrir la absoluta entrega las 24 horas el día a esos
seres maravillosos. Comprendes la cantidad de obstáculos que tienen que vencer
a cada momento. La importancia del tiempo, de los espacios, la disponibilidad
de medios.
Pero eso a ellos nada les importa,
viven segundo a segundo, no conocen limitaciones económicas, sociales o de
tiempo; para esos niños, lo que haga falta, cuando haga falta y en la forma que
haga falta. No les importa recorrer kilómetros, donde escuchan que puede haber
alguna terapia o tratamiento que beneficie a sus niños, allá van ellos. Lo
prueban todo, no les importa, y si no da resultado no pasa nada, a otear el
horizonte en busca de una nueva esperanza y a lanzarse sobre ella.
Su vida es intensa, plena, eso que
otros muchos buscamos en deportes de riesgo, viajes extraordinarios, ellos lo
tiene en su día a día.
Cuando hemos podido compartir sus
vivencias e inquietudes, esa maravillosa sonrisa con la que te llenan de luz
esos Ángeles, ese poder disfrutar de cosas tan simples como hacer la croqueta
en la hierba, el jugar con la arena de
la playa, el jugar con globos, el disfrutar de una cena comunitaria, el soltar una carcajada a la menor
oportunidad, compartir columpios y toboganes, en definitiva el vivir cada
segundo, porque eso es lo que tienes, es cuando recibes una lección que por
muchas veces escuchada, hasta que no la vives plenamente no comprendes lo
inmensamente importante que es “Vive cada segundo, es lo único que tienes”.
Y lo más curioso es que al poco
tiempo de estar con ellos, los sientes como tuyos, te molesta inmensamente los
comentarios típicos y tópicos de: “Pobrecillos, que pena”, “Que lastima de
niños, angélicos” y otros por el estilo, que se te clavan en el corazón y te
dan ganas de revolverte y decirles “Hipócritas, lo que tenéis es miedo y
rechazo que disfrazáis de una falsa apariencia de lastima”. Nuestros niños no
son bichos raros, castigo de Dios o esperpentos de la naturaleza. Nuestros
niños son Ángeles que han venido a llenar nuestras vidas de Amor Puro y
Sincero, Ángeles que han venido a limpiar nuestro Clan y Árbol a base de cariño,
sinceridad y sacrificio.
En algunas tribus, a las que
llamamos primitivas, a estos niños se les reconoce como lo que son y son
adorados en vida, tratados como seres superiores que han tenido la gentileza de
venir a darnos importantes lecciones de vida, a enseñarnos lo que realmente
tiene valor. Queremos que cuando nos preguntéis, lo hagáis como lo hacéis
cuando preguntáis u os interesáis por otro niño cualquiera. Tampoco queremos
que nos miréis con lastima o admiración, queremos que nos veáis como lo que
somos, padres que aman incondicional e inmensamente a sus hijos.
A nosotros no nos importa que el
primer día os desvivierais por ayudarnos y que a partir del tercer día ya nos
dejarais que nos las apañáramos como pudiéramos y que incluso nos miraseis un
poco mal porque tardábamos más que los demás en terminar de comer. Nuestros
niños tienen sus necesidades, comen despacio y a algunos tenemos que darles de
comer, necesitamos nuestro tiempo. Pero nada de esto importa, ni lo tenemos en
cuenta, seguimos dedicando una sonrisa a todo aquel que se acerca, al
despedirnos y agradecemos profundamente la paciencia que tenéis con nosotros.
Es curioso que esto lo esté
escribiendo un allegado, porque ellos esto ni se lo plantean, ellos y sus hijos
viven y ríen a la menor oportunidad y agradecen de todo corazón, la más mínima
sonrisa, el que les prestes un poco de tu atención y si haces algo por sus
hijos, por pequeño que sea lo que hagas, tienes su agradecimiento y cariño de
tal intensidad que te hace sentir un escalofrió y replantearte si estás
viviendo la vida y la infinidad de
regalos que te da a cada instante, como realmente deberías de vivirla.
En mi corazón y en mi mente han
quedado grabados para siempre esos momentos vividos con Anita “Alonso” y
Fabián, con Sheila “el bichito”, con Ana de los pelos rizaos y risa constante,
con Vero la niña de color amarillo, con David el niño eléctrico, con Dani el
niño de la sonrisa profunda y permanente y como no de sus padres, hermanos y
abuelos. Pero sobre todo con la gran lección de disfrutar cada instante, de
Amar profundamente y de entrega absoluta.
Gracias por permitirnos formar parte
de vuestra vida, por permitirnos ocupar un rinconcito de vuestro corazón.
Gracias por avernos hecho más conscientes, más personas, y esperamos poder
seguir compartiendo con vosotros cientos
o miles de experiencias más.
Desde el corazón de la familia
Armenteros – Cano, un gran abrazo sin condiciones, limitaciones, ni falsos
postulados y un besote grandioso para nuestros niños.